Do I know you from somewhere
Why do you leave me wanting more?

(Madonna).

El ejercicio pictórico que el artista Rodrigo Cienfuegos nos presenta, no es otra cosa que el traspaso de su deseo de apropiación de esos rostros extraños de los que se enamora en secreto, armando una galería sinfín, un tránsito permanente de identidades que no nos resultan seguras, un particular juego de autosatisfacción enmascarada.

Rodrigo pinta a partir de fotos de perfiles anónimos sacados de internet, pero también de personajes más o menos conocidos que hacen noticia, sin importarle mayormente quiénes son, simplemente por el deseo de adueñarse de esas señales, hitos que le permiten hacerse partícipe de una alter-historia.

No termina de desenmascarar, más bien complica nuestra adivinanza: vela y devela, despista con las señas que nos muestra a modo de señuelo. Acaricia cada rostro y lo re-construye a su albedrío, pervirtiendo y des-sacralizando la idea de retrato como sensible captura de una identidad particular. El retrato como indagación y encarnación de la problemática identitaria-pictórica parece no interesarle desde hace tiempo.

Strange, I've seen that face before,
Seen him hanging 'round my door

(Grace Jones).

¿Importa aún quiénes son?

En la anulación sistemática de identidades apropiadas, como en una cinta sinfín los rostros (¿acaso tienen su propio cuerpo?) pasan cada vez más rápido ante la mirada de quien deviene pintor de retratos que ya no lo son, por la repetida sucesión que los anula mutuamente.

Se parecen a alguien, podrían ser alguien, como en el juego de la pieza oscura, adivinamos, o intentamos creer que adivinamos, sin embargo ninguna de esas respuestas nos hace sentido. Nos quedamos solos en medio de la duda.

Spikin Rod nos lleva por un camino donde su ejercicio de apropiación de esos rostros nos deja siempre en medio de la pregunta, donde el “modelo” no deviene sujeto, dejándonos en medio de un deseo de identificación y aprehensión nunca consolidada, de respuestas que no nos satisfacen porque siempre hay otra que aparece, o más bien, otra que oculta a la primera. Estas pinturas no tienen final, son siempre un tránsito en su propia imagen, y un paso hacia la siguiente.

Como en un catálogo tipo Tinder, inexorablemente la ejecución ad-libitum del ejercicio pictórico nos lleva a la frustración, a la impermanencia, al vacío. Y a un eterno volver a empezar.